Picnic en el campo de batalla

Los artistas pop del siglo XX tenían como uno de sus principales objetivos demostrar que cualquier objeto podía convertirse en arte. Su motivo: La ruptura con la tradición. Abordar el arte desde la trinchera enemiga, desde lo cotidiano, desde el antiarte.

Además, había un puente natural entre el arte pop y el surrealismo. O podría decirse que, por lo menos desde cierto punto de vista, todo arte pop era, en su núcleo, surreal.

El surrealismo abrió las puertas a lo insólito, a lo irracional, como insumo estético. Y el arte pop extrae objetos de la cultura popular, como las Sopas Campbell, los orinales masculinos o los rizos de Marilyn Monroe y los instala en contextos insólitos: el de las galerías de arte, el de los museos.

“Picnic en el campo de batalla” es un poco eso: Un domingo, una pareja va a visitar a su hijo en el campo de batalla e instala, en medio de un contexto disparatado, que no le es natural, el mantel para una tarde de picnic. “Nosotros no venimos al frente para hacer la guerra —dice el padre del soldado—. Sólo queremos pasar un día de campo contigo, aprovechando que es domingo.”.

En esa superposición de realidades aparentemente irreconciliables está la experiencia estética y, de paso, la postura crítica de la obra.

Es importante aclarar esto pues hay una falsa idea que asocia al teatro del absurdo con “lo que no se entiende”. Por lo menos esta idea no se ajusta a la forma como el elenco de Tecoc abordó la obra de Fernando Arrabal.

En cada escena, en cada diálogo hay una postura clara, una crítica mordaz y lúcida a la guerra.  Picnic se parece más al mejor arte pop —que es en sí mismo una crítica al arte tradicional— que a las chapucerías vanguardistas de muchas escuelas de teatro. No en vano, esto no puede ser una casualidad, Fernando Arrabal fue amigo de Andy Warhol.  

Bienvenidos pues a esta nueva búsqueda de Tecoc. Hemos hecho nuestro trabajo y ahora es momento de compartirlo con ustedes.

Por: JOSE ANDRES ARDILA ACEVEDO